Esa mañana se despertó antes de tiempo, de golpe. El sueño le había revelado un secreto bien guardado.
Se vistió en silencio, tratando de no despertar a nadie de la casa. El perro gimió desperazándose, quizá sorprendido de ver a su dueño a esa deshora, noche aún, aunque clareando.
Calentó el café de la noche y lo tomó apenas tibio, sin azúcar, con un gesto rápido, como por obligación. Necesitaba despejarse rápidamente, y el café recalentado le quitó los últimos rastros de sueño.
Fue hasta la vieja alacena y tuvo que acercar un banco, subirse a él, llegar al último estante, manotear a tientas el tarro, sacarlo y, por fin, abrirlo. La 32 estaba ahí guardada, envuelta en una servilleta, cargada y lista para hacerse oír.
Bajó, desenvolvió el arma y salió de la cocina, rumbo al dormitorio de José.
La puerta entreabierta le permitió entrar en silencio. Sólo se escuchaba el leve ronquido de alguien profundamente dormido.
Se disparó en la sien.
| Copyright © | Esteban Lijalad, 2002 |
|---|---|
Por el mismo autor  | |
| Fecha de publicación | Septiembre 2003 |
| Colección | Ficciones instantáneas |
| Permalink | https://badosa.com/n172 |
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